Decosntrucción de Estereotipos de Género: lo masculino y femenino

Fuente Internet

Por: Instituto de Familia y Vida y Grupo de Investigación de Psicología Clínica y de la Salud, en: Diseño e Implementación de una Estrategia de Capacitación, Comunicación y Formación de Distribución Equitativa de Roles de Género al interior de la Familia

Al nacer hombres o mujeres, no sólo se han adquirido unas diferencias biológicas evidentes, definidas por el sexo (macho – hembra) sino que a la vez han sido asignados una serie de roles tanto sociales como culturales que dan forma a la realidad biológica con la que se nace. La relación que se establece entre el aspecto biológico y el cultural se denomina construcción social de los géneros, concepto alrededor del cual es fundamental revisar algunos términos que lo conforman y lo complementan. De esta manera, se entiende por génerola simbología social, cultural e histórica, con la cual una sociedad define las características, roles, comportamientos y valores que diferencian a los hombres y mujeres, lo masculino y lo femenino. La Identidad de género comprende los procesos de identificación que cada ser establece a partir de los valores y normas que la sociedad ha señalado acerca de los  roles de género. Y los roles de género son el conjunto de papeles y expectativas diferentes para mujeres y hombres que marcan la diferencia respecto a cómo ser, como sentir y cómo actuar.

La categoría de género responde a una construcción social por medio de la cual se define que es lo apropiado para el sexo femenino y el sexo masculino. Comprende imaginarios,  que simbolizan y dan sentido a la diferencia sexual, a la manera como se explican, valoran y establecen normas acerca de la masculinidad o la feminidad. Los imaginarios en torno a las relaciones de género inscriben a los individuos en unas características culturales específicas a partir de las diferencias biológicas, incidiendo en la formación de las identidades de varones y mujeres desde que nacen y en sus comportamientos en el curso de la vida. Esto se lleva a cabo a través del proceso de socialización que junto con la formación de la identidad de género producen una identificación con los valores, normas y comportamientos de un grupo determinado; por tanto, los seres humanos se convierten en hombres y mujeres que responden a las características femeninas y masculinas establecidas por la cultura[1]. Es importante anotar que los roles de género han tenido variaciones a lo largo de la historia puesto que han cambiado dependiendo de cada época y de lo que socioculturalmente se le ha exigido a hombres y a mujeres, en lo relacionado a sus comportamientos, actitudes, determinaciones económicas y políticas, relaciones, actividades, entre otros.

Si se piensa en lo que es “ser hombres o ser mujeres”, aparecen un conjunto de imágenes e imaginarios al respecto. El hombre por ejemplo se ha relacionado con la fuerza, la masculinidad, el poder; la mujer por su parte con la feminidad, la maternidad, la sensibilidad. Estos imaginarios se conforman porque es lo que socialmente se les ha atribuido y porque han sido heredados de una red de representaciones que ha sido formada históricamente y que ha sido transmitida de generación en generación. Estos imaginarios crean patrones, es decir modelos a seguir, lo cual por un lado, no da cabida a otra forma distinta de comportamiento, y por otro, se espera que los dos sexos mantengan y perpetúen dichos patrones, creando    así los estereotipos de género entendidos como el conjunto de atributos que pueden ser asignados a mujeres y hombres con el propósito de establecer diferencias entre ellos, y de esta manera instaurar una única forma de ser hombres y mujeres, en donde no se pueden concebir variaciones o modos alternos de conducta.

Es importante apuntar que los  estereotipos se pueden  definir como una idea o un comportamiento que está caracterizado por su posibilidad de repetición automática a partir de un modelo que ya existía con anterioridad Por tal consideración, los estereotipos no son adquiridos por la experiencia sino que son transmitidos y recibidos a través de la “comunicación en masas”, o por medio de la estructura social en el cual se han desenvuelto las personas, permeando así su vida cotidiana. Se caracterizan además por ser homogéneos y resistentes al cambio, sin embargo, está homogeneidad es aparente en la medida en que bajo referencias que se consideran diferentes se relacionan o asignan a un mismo nombre en particular.[2] De igual forma,  los estereotipos tienden también a definir un grupo a partir de los rasgos que éste contenga y a designar a todos/as de la misma manera, creando así generalizaciones sin tener en cuenta las particularidades y especificaciones de cada uno/a. Sin embargo, se considera que son imprescindibles en la manera en la cual el hombre enfrenta al mundo puesto que son las imágenes que surgen en las personas automáticamente de un grupo, un acontecimiento y un individuo. Asimismo se considera que hacen parte de la interpretación que se hace del mundo bajo un sistema clasificatorio, donde descansa el sentido común de las personas[3].

 

Por lo tanto, debe considerarse que dentro de cada estructura social, las personas son caracterizadas dependiendo de sus atributos, y a veces estos son asignados de forma inconsciente, puesto que están consignados en una red que hace parte del tejido histórico del cual hace parte cada individuo (sentido común). Estas caracterizaciones pertenecen entonces a las construcciones que se han formado a nivel individual y colectivo sobre: las ideas de género, sexo, etnicidad, religión y jerarquización social. En ese sentido: “no podemos prescindir de los estereotipos de la sociedad en la medida en que estos nos ayudan a entender, simplificar y procesar los infinitamente variables, atributos, características y roles individuales del mundo en que vivimos”[4]. Todas las sociedades crean estereotipos en torno a muchos aspectos y condiciones de la vida sociocultural. Uno de ellos ha sido sobre la diferencia sexual entre hombres y mujeres, que de cierta manera determina el destino de las personas, atribuyéndoles a los hombres y a las mujeres características, roles y significados no sólo a las acciones que deberían desempeñar sino que se espera que desempeñen. Es así como los roles de género han sido transmitidos, constituidos y construidos colectivamente como conductas estereotipadas por la cultura, y en esa medida se espera que dependiendo del sexo al cual pertenezca la persona,  realicen ciertas actividades y tareas.

Las atribuciones, creencias, ideas, características, roles o tareas que ha fundado cada cultura en un momento histórico determinado con base a la diferencia sexual, han establecido también los conceptos de masculino y femenino los cuales señalan las funciones, comportamientos, valoraciones y oportunidades entre hombres y mujeres. Las categorías de lo masculino y lo femenino, además de expresarse en la valoración diferencial de los dos sexos, también se expresan en la oposición entre naturaleza y cultura. Las mujeres han sido relegadas a la naturaleza, gracias a su  función reproductiva, mientras los hombres al ámbito de la cultura y lo social a través de su función productiva. Aunque estas oposiciones: masculino/femenino, cultura/naturaleza, han sido sometidas a numerosas críticas, es un excelente punto de partida por medio del cual se pueden entender las asociaciones simbólicas a las categorías de masculino y femenino, como un resultado de cómo cada sociedad ha construido su ideología cultural, basándose en las supuestas características biológicas inherentes a hombres y a mujeres.

La ideología, por su parte ha sido la encargada de perpetuar un tipo de discurso en particular, y para reproducirlo se sirve de vehículos o medios, bien sean visuales, artísticos, textuales, narrativos, literarios, orales, escritos, entre otros, a  través de los cuales se proponen una serie de papeles y roles a seguir por los sujetos que participan dentro de una organización social[5]. La memoria también interviene como un elemento fundador de la ideología, ya que es el mecanismo adecuado a través del cual se trasmiten y se perpetúan, a lo largo de la historia, ciertos discursos que sobreviven hasta nuestros días, mientras que otros quedan perdidos u olvidados. El rescate de éstos últimos son de alguna forma los que dan contrapeso y cuestionan a la cultura dominante, es decir aquella que ideológicamente se debe trasmitir.[6] Consecuentemente, la ideología cultural también configura un conjunto de normas, prescripciones y estereotipos sobre el comportamiento femenino y masculino, sin embargo existen variantes que hay que tener presente para cada cultura, como clase social, grupo étnico, o estado generacional.

Un escenario para demostrar estas ideas preconcebidas es la familia, puesto que en ésta “célula social” cada miembro y cada uno de los que la compone, asume una posición y papel a seguir desde que se nace. A la familia se le han atribuido distintas funciones o tareas, como la sexual, económica, reproductiva, socialización, ubicación y mantenimiento. Pero también tiene una condición de funcionalidad puesto que una sociedad no podría existir sin ella, y se convierte además en un espacio social y simbólico donde se perfila la manera de ser de cada individuo y están consignadas las experiencias de cada sujeto desde su nacimiento[7].  Al hijo recién nacido, los padres, familiares y la sociedad misma suelen asignarles unos atributos creados de una idea preconcebida y pre configurada, que por ejemplo se hace visible en la compra de ropa, de juguetes, de colores diferentes para los niños y las niñas. En la primera infancia, a las niñas se les enseña a jugar con las muñecas, a la cocina, se involucra entonces en las actividades domésticas las cuales más adelante deberá reproducir en su hogar en la vida adulta. De la misma manera a los a los varones, en cambio, se les educa para que sean fuertes, para que no expresen sentimientos, se les prohíbe entonces ser débiles frente a los demás.    

Es así como a las mujeres y a los hombres se les educa de manera distinta y se espera que estas enseñanzas donde se ven reflejada la dicotomía masculino/femenino, se vean exteriorizadas en la vida cotidiana y que se trasmitan de padres a hijos. Las mujeres entonces se visualizan como aquellas responsables de parir a los hijos por lo tanto, son ellas las que los deben cuidar, y se asocian entonces a lo femenino, doméstico, maternal, al espacio de lo privado. En contraposición lo masculino que se asocia a lo fuerte, al proveedor, a la productividad, al espacio de lo público. Aparece así otra dicotomía  que se asocia a los hombres y a las mujeres (femenino/privado masculino/público), que han establecido estereotipos rígidos, limitando las potencialidades humanas de cada sexo. Aunque exsten evidentes diferencias anatómicas, estas diferencias socioculturalmente hablando, han consignado   atribuciones no equitativas e igualitarias entre los dos sexos, que permite explicar por qué las mujeres han asumido las cargas de la casa, que van desde las labores domésticas hasta el cuidado no sólo de los hijos sino también de los miembros que hacen parte del espacio familiar como lo son la pareja y los/as adultos/as mayores, mientras que los hombres han tenido un rol en el cual las obligaciones sociales frente al cuidado prácticamente desaparecen.

En resumen, históricamente a las mujeres se les ha asignado y se les ha formado socioculturalmente,  para ser madres o esposas, es decir, se les ha dado el rol de estar al servicio de los demás y de asumir el cuidado de los demás. Adicionalmente a este hecho las mujeres han estado sometidas a una sociedad patriarcal, la cual ha debilitado su capacidad de decisión en muy diferentes esferas y ha fundado el imaginario que las actividades desarrolladas por mujeres son un oficio secundario, aunque sean una parte fundamental para el desarrollo de una sociedad. Es importante señalar que el patriarcado es un sistema de organización social, donde el poder y la autoridad está representada y sustentada en “el patriarca”; ya sea a nivel público y/o privado. Él tiene el poder y la autoridad,  controla la producción y distribución de los alimentos y de la riqueza que originan sus excedentes. La cultura del patriarcado posee  desarrollos míticos y religiosos que excluyen a la mujer del espacio público y le asignan el espacio privado, el espacio del hogar, ubicándola en una posición de menor jerarquía y autoridad frente a los hombres, quienes al estar en el espacio público han podido público han podido pertenecer o acceder con más facilidad a áreas como por ejemplo la educación y la política, en las cuales ellos mismos han sido los responsables de tomar sus decisiones. Estas decisiones, se han  constituido en un espacio tradicionalmente masculino, y han sido aquellas que han podido definir las estructuras sociales y económicas de las sociedades, lo cual ha sido de gran importancia para el trascurso de la historia y de su trasmisión.

De este modo, se puede entonces traer a la luz cómo a lo largo de los años han existido una cultura dominante y otra subalterna, en la cual los hombres han pertenecido a la primera y las mujeres, han pertenecido a la segunda. Estas dos culturas han sido trasmitidas por generaciones, y desde muy temprana edad, creando así relaciones entre los dos sexos bastante asimétricas, las cuales han permitido legitimar los  estereotipos de género, es decir modelos a imitar, de los cuales se adoptan los patrones de conducta y las verdades acerca de lo que se debe hacer y lo que en cambio está prohibido para cada uno de los dos sexos, estableciendo un mundo masculino y otro femenino, que no se pueden sobreponer ni combinar, porque se entraría en lo que no hace parte de la normalidad o hasta lo que deja de ser natural para hombres y mujeres[8]. En consecuencia, se puede decir que la cultura dominante es la responsable de naturalizar las relaciones sociales de las mujeres y los hombres.[9]  Las relaciones de poder no equitativas persisten aún hoy, al interior de familia y al interior de la pareja y eso da cuenta de cómo influyen los estereotipos de los roles de género en la vida cotidiana de las personas.  Un ejemplo de esto puede ser la razón por la cual parte de las mujeres en la sociedad actual siguen pensando que una “buena esposa” se debe caracterizar por ser “obediente a su marido”. Esto da cuenta del lugar de la mujer en la relación de pareja y la familia y permite comprender por qué a pesar que en la actualidad la mujer cumple un papel mucho más activo en la economía del hogar, el desempeño de su función productiva no le ha permitido desligarse de las obligaciones sociales, lo cual le ha llevado a tener un doble rol, quedándose ella sin un espacio propio[10].

En este punto se pueden plantear preguntas como: ¿se deben seguir de manera indefinida estos patrones? ¿El hombre siempre se relaciona con la fuerza? ¿La mujer con la maternidad? ¿Los hombres sensibles dejan de ser hombres? ¿Una mujer que se reconoce por su fuerza deja de ser mujer? Al tener cuestionamientos acerca de estos patrones a seguir, se adquiere una actitud crítica frente a lo socioculturalmente se le impone a los dos sexos, y del mismo modo también se comienza a cuestionar los roles y papeles que existen al interior de la familia. Un hombre que asume labores domésticas o comienza también a participar en los cuidados de los miembros de la familia, proporciona a esta unidad social un equilibrio puesto que se crean entre los dos sexos relaciones de colaboración y ayuda mutua, las cuales van a estar reflejados en una mejor convivencia y en relaciones no violentas al interior de la misma. Al dividir las cargas de una manera más equitativa hace que cada miembro asuma responsabilidades y ayude al desarrollo económico, social y cultural de la familia. La colaboración al interior de la familia o al interior de la pareja hace que haya un reconocimiento mutuo por parte de cada individuo que se valore cada una de las actividades en las que se desenvuelven y, del mismo modo se valora al individuo como tal.

La mayoría de los estereotipos de género que aún hoy siguen vigentes persisten gracias a que tanto hombres como mujeres no cuestionen críticamente esos atributos y roles que han sido asignados por medio de la diferencia sexual. La familia, como una institución social, puede ser la promotora de ideas y de patrones de conducta, y son los hombres y las mujeres que la componen los encargados de darle el mismo u otro significado.  Así mismo se considera que es responsabilidad del Estado desarrollar  programas o acciones que favorezcan la transformación de las relaciones y la deconstrucción de categorías ideológicas que permitan relaciones más equitativas entre mujeres y hombres y por ende una sociedad más justa. No hay que olvidar que muchos de los estereotipos por diferencia sexual han sido los causantes de los fuertes obstáculos y violencias a las cuales han sido sometidas las mujeres, y esto se ha visto reflejado en la limitaciones que han tenido al acceder de forma digna y equitativa a espacios como la educación, trabajo, política, salud, recreación, entre otros. Los hombres a su vez, se les ha negado el derecho de expresar sus afectos y sentimientos bajo el supuesto de la fortaleza y la insensibilidad que los debe caracterizar.

Se ve entonces como los papeles asumidos han provocado discriminación y desigualdad entre los sexos, impidiendo el desarrollo personal e integral de cada uno. Buscar alternativas de cambio, da cuenta de que se requiere reflexionar y tener en cuenta aquellos valores que se deben tomar y aquellos se pueden cambiar sin provocar ninguna clase de segregación[11].    Bajo estas consideraciones se plantea que es al interior de la familia donde las acciones de cambio producen un mejoramiento en las condiciones de vida y en las oportunidades a las cuales cada uno de los miembros pueda integrarse y acceder en la sociedad de la cual hace parte.


[2] Viveros Vigoya, Mara. “Dionisios negros. Estereotipos sexuales y orden racial en Colombia”. En: Biografías y Representaciones sociales de la masculinidad. El caso de los sectores medios de Armenia y Quibdó”. Universidad Nacional. 1997

 [3] Viveros Vigoya, Mara. “Corporalidad, sexualidad y reproducción”. En T. Valdés y J. Olavarría (eds.): Masculinidades y equidad de género en América Latina. Flacso, Santiago de Chile, 1998.

 [4] Viveros Vigoya, Mara. “Estereotipos y violencia contra las mujeres”.  Profamilia, 2011. Pág: 2. 

 [5] Hedreen, Guy: 1996 «Image, text and story in the recovery of Helen».
En : Classical Antiquity, 15/1, 152-184

[6] Fortunati Vita, Gilberta Golinelli, Rita Monticelli.2004. “Introduzione”, En Vita Fortunati, Gilberta Golinelli, Rita Monticelli (a cura di): Studi di genere e memoria culturale/Woman and Cultural Memory. Bologna, Clueb. Pp.: 37-58.

[7] Millán Cruz, Noelba. “Las mujeres jefas se identifican con su roles tradicionales de género”. 2000 

[8] Tomado el 29 de Septiembre de 2011 de la página web: http://scholar.google.com.co/scholar?hl=es&q=estereotipos+de+lo+femenino+y+lo+masculino+&btnG=Buscar&lr=&as_ylo=&as_vis=0

[9] Tomado el 7 de octubre de 2011. El impacto de los estereotipos y roles de los género en México”. Instituto Nacional de Mujeres. http://www.inmujeres.gob. Mx

[10] Millán Cruz, Noelba. (2000)“Las mujeres jefas se identifican con su roles tradicionales de género”. 

[11] Tomado el 7 de octubre de 2011. El impacto de los estereotipos y roles de los género en México”. Instituto Nacional de Mujeres. www.inmujeres.gob. mx

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